Una foto con Leila Guerriero
y cinco goles a favor de Colombia
Calentamiento
Todo tipo de persona que realice algún tipo de actividad física, debe ir poco a poco calentando su cuerpo, incluso hay rutinas especializadas para ello. Cada escritor hace lo mismo con su pensamiento, su sentir y su lenguaje. Yo no calenté nada de lo anterior porque la fiebre venía de semanas atrás, esa que no te deja dormir, que muestra en tus sueños tus deseos, esa que alborota tu cuerpo y sacude tu cabeza, esa que tú también has tenido y reconoces…
Primer tiempo
El día que conocí a Leila Guerriero, Colombia anotó cinco goles a Panamá en la Copa América 2024. Las dos situaciones me produjeron adrenalina y alegría, para ambas me puse la camiseta de la selección tricolor del ajiaco, el mote de queso, el vallenato y los dos océanos que la resguardan. Si uno se lo permite, puede soñar alto. ¡Ese día, era mi día!
Leí por primera vez a Leila Guerriero, escritora argentina, hace más o menos quince años. No recuerdo la fecha o la persona o la obra que me llevó a ella, pero recuerdo la fascinación al entrar en sus palabras para descubrir el admirable trabajo que ha dejado testimonio sobre el dolor de las madres y abuelas de la Plaza de Mayo. Siento vivo su compromiso con la verdad de las personas que participaron en la identificación de los cuerpos de las y los muchos jóvenes que fueron asesinados durante la dictadura militar en Argentina desde el año 1976 hasta el año 1983 y que hoy en día, esas heridas siguen abiertas. Muchas son las historias que cuentan los abusos, las ejecuciones y las ausencias de las personas que tuvieron que vivir y morir el horror de esa época.
Recuerdo hoy, tantos años después, que al finalizar aquella crónica titulada “El rastro en los huesos”, no pude dormir durante tres noches y estuve pensando mil veces cómo serían las vidas de aquellas personas, de las que sobrevivieron, claro está. ¿Cualquier sonido en la noche les afectaría? ¿Qué sienten al ver una persona parecida a sus familiares que ya no viven? ¿Qué creen de la justicia? ¿Hoy en día pueden dormir?
Yo había viajado a Argentina en 2005 y conocía un poco de su cultura, que al día de hoy me sigue impactando mucho, gracias al patrimonio literario que hace parte de mi construcción como lectora. Pero siempre otro país es un misterio, genera curiosidad, algunas veces rechazo, depende un poco de los medios de información que consultes y la capacidad de adaptación que tengas. A mis 19 años, quise que Argentina fuera mi segunda patria, en algún momento hice papeles para estudiar literatura en la UBA, en algún momento creí que podría gustarme el mate o reemplazarlo por el tereré, aunque fuese mal visto…
Tarjetas rojas
En mis cavilaciones nocturnas por esa época cuando tenía cerca de veinticinco años, entendí que Latinoamérica contaba la misma historia siempre, solo que en tiempos diferentes. Los antagonistas se parecían mucho y las víctimas también. No tenía que esforzarme mucho para hacer comparaciones complejas, me era fácil tomar ese caso y pensar en Colombia. Rápido encontré un suceso similar en un municipio de Cundinamarca y las madres de este lugar, también tomaron un nombre similar: “Las madres de Soacha”. Mujeres que al igual que aquellas argentinas, claman por la verdad y la justicia, y lo digo en presente porque al día de hoy, siguen en la oscuridad cómplice, algunos de los casos de desapariciones y asesinatos de jóvenes inocentes que lejos de ser actores armados ilegales como los denunció el gobierno entre 2003 y 2008, eran muchachos que sólo esperaban una buena oportunidad para tener una vida digna, tranquila y feliz, haciendo lo que les gustaba. El gobierno los presentó como guerrilleros para mostrar “resultados positivos” de sus gestiones. ¡Qué absurdo matar inocentes para decirle al país que se hacía justicia! Cada muchacho asesinado representó para los militares dinero y medallas… ¡Ojalá las jerarquías militares y sus malas prácticas cambiaran para siempre!
La deshumanización de las personas nos ha llevado a presenciar delitos de lesa humanidad diariamente, “aceptando” que así es la vida y la sociedad colombiana, latinoamericana y mundial. Y no, no debe ser así, no puede seguir siendo así, pero desgraciadamente así es. Es un círculo vicioso que a veces creo, se puede romper, solo que no pueden hacerlo unos pocos. La cadena de odios, egos, poderes económicos y territoriales, pueden cambiar si queremos… aquí podría extenderme, pero no, este texto no trata de ello, no quiero que tome ese camino que es muy largo, y como se diría en Colombia “culebrero". Solo que no podía dejar de nombrar esa historia contada por la escritora argentina Leila Guerriero, en el año 2008 y que se repite en otros tiempos pasados en otras latitudes del bello y absurdo planeta tierra.
En Colombia se han realizado muchos paros gremiales a lo largo de la historia. Como a mi padre siempre le ha gustado estar informado, desde niños a mis hermanos y a mí, nos ponía las noticias en el televisor, mi abuelo prefería la radio. Así que ustedes ya saben que desde niña estuve conectada con el periodismo. Estos paros de los cuales he sido testigo desde pequeña, no han cesado y cada uno tiene su historia. Se supone que los paros en este país, y cualquier lugar del mundo, existen para solicitar la garantía de los Derechos Humanos y es justamente, cuando más se violan y por parte del gobierno de turno como si fuera el “deber ser”. Nuestro último paro sangriento sucedió en 2019, cuando Duque fue presidente. En Chile también sucedió ese mismo año, incluso, los chilenos fueron los que de alguna manera dieron “línea” a Colombia y también sufrieron terribles abusos, dejando aparte de desapariciones y asesinatos, jóvenes sin un ojo, gracias a la puntería de los francotiradores. ¿Qué soñarán los francotiradores? ¿Leerán poesía?... y peores cosas, de gran repudio internacional, pasan actualmente en Palestina y hasta en el último rincón del mundo. Lo sabemos y nos duele aceptar que seguramente, seguirá pasando, siempre y cuando existan los seres humanos. ¿Seres humanos?
Nada sabemos del futuro, vivimos sin saber si alguna vez caeremos en manos criminales sin corazón que toman una decisión que daña para siempre una persona, una familia, un territorio, un país, un continente, el mundo, pero nos queda algo muy valioso y es que existen personas que no le juegan al dolor ni a la injusticia, pero para ello hay que ser muy aguerridos, (ahora entiendo aquí con profundidad, las raíces del apellido de Leila) para decir lo que no se dice, para publicar lo que permanece en la sombra, para ser testigo de momentos casi increíbles. Fue cierto que jóvenes desenterraron a otros jóvenes en Argentina, para demostrar la crueldad y el engaño de un gobierno que mataba sin piedad a los hijos de su tierra. Nada lejos de la realidad de mi país, en la que la existencia de los hornos crematorios sigue en investigación, pidiendo que el responsable reciba su condena.
Hace un par de años que no escribía crónica, pues reseñas y artículos de opinión, los hago de manera permanente por mi trabajo como docente; sin embargo, la crónica siempre me ha parecido un género difícil para mí por todo lo que esta contiene. Hoy con la camiseta puesta y con la obsesión que me posee cada vez que escribo, he estado recapitulando historias en mi cabeza de la primera y segunda guerra mundial, los sucesos de Sierra Leona y por supuesto, lo que conozco de Perú, Ecuador, México, Argentina, Chile y lamentablemente, mi país, Colombia, un lugar en el que no cesan los crímenes de lesa humanidad y no, no podía escribir únicamente mi genial anécdota de conocer a la cronista y ver el partido, dejando de lado, el origen que me llevó a leer “El rastro en los huesos”, tampoco puedo tapar con un dedo la oscura financiación del fútbol y su historia que no es menos trágica.
Medio tiempo
Respiro hondamente. He llegado al Colegio Gimnasio Moderno en donde será el evento para conocer a Leila. Hago la fila, presento el QR. Camino y pienso: Hoy será un buen día.
Segundo tiempo
He tenido dos oportunidades de conocer en persona a Leila, una, el año pasado en el evento del Festival Gabo que se conmemora tanto en las costas colombianas como en Bogotá y la otra, en Buenos Aires, en 2023 cuando viajé con mis libros, gracias a una beca del Ministerio de las Culturas de Colombia y a la generosidad de los espacios académicos, comunicativos y literarios que me abrió Argentina en la provincia de Córdoba. Pero las cosas no se dieron en ambas opciones y fue ayer, que pude ser espectadora de la periodista y disfrutar de sus palabras, que, aunque hablen de historias reales complejas, dolorosas que no nos gustan, habló con serenidad y sencillez, además de un gran sentido del humor, sobre su propia vida, el ejercicio de la investigación y la escritura como también, de los eventos en los que participa para compartir sus experiencias de vida.
─Oye, al fin sabes, ¿cuándo se presenta Leila?
─El día del partido de Colombia contra Panamá.
¡¡¡Dios mío!!! ¿¿¿Por qué??? Bueno, será verla y salir corriendo a saludar a la poeta y editora Amparo Osorio, una de las personas más importantes para la literatura en Colombia, pero que desafortunadamente, en lugar de gozar un poco de la luz pública, (en el sentido de que pueda tener trabajos bien pagos) le ha tocado el olvido, sin que se lo merezca porque sus aportes han sido fundamentales para el patrimonio cultural, pero a veces pasa que las personas que mayormente merecen el reconocimiento, son las que menos lo reciben y aquellas que trabajan poco, tienen a los medios de comunicación de su parte. ¡Estamos en Macondo!
Fui con un pequeño grupo de amigos al evento de Leila Guerriero. ¡¡¡Hicimos el plan!!! Compramos las boletas y nos citamos temprano, fui la única que llegó temprano. Es lo que pasa cuando uno vive fuera de la ciudad y debe atravesar una serie de autopistas para llegar al destino. Tuve la oportunidad de visitar carpas para ver libros y comprar o de ir a otro evento (aunque no tuviera el tiempo requerido) o saludar algún amigo que estuviera por allí, pero no. Tenía el tiempo justo para hacer la fila, sabía que vendría mucha gente y que, por el clima lluvioso, tenía ventaja sobre aquellos seguidores de Leila que venían en camino. Así que, con dolor en el alma de no poder compartir con algún amigo o de hojear algún libro, llegué a la corta fila, que hasta ahora empezaba a crecer.
Chat de WhatsApp - Grupo Literatura y amistad:
─¿Dónde vienen? Estoy haciendo la fila en el auditorio.
─Yo no voy, Tatik. Les caigo al final del evento para el almuerzo.
─Profe, voy en camino. ¡Ya casi!
─Tatik, no pude tomar taxi, voy en moto.
(¡¡¡Dios mío!!! ¿Por qué no madrugan???)
─Bueno, voy haciendo la fila. (Quería poner el sticker de un castigo, pero me aguanté).
─Acuéstate en varios puestos para que nos guardes a todos. Emoji de carcajada.
Risas, emojis, stickers, iban y venían. De repente, una mujer alta, delgada, con gafas oscuras y vestida de negro, pasó a mi lado. Levanté la mirada, era la invitada. ¡Me emocioné! Pensé que las personas suscitan sentimientos, ideas, que nunca llegan a conocer. En este mismo auditorio, tuve la oportunidad de escuchar a Carlos Fuentes antes de su muerte. Me sentí afortunada. La invitada del momento con su pinta de estrella de rock, se ubicó cerca a la fila donde yo estaba. Llegó diez minutos antes a su evento.
¡¡¡Es Leila!!! Dije emocionada a las personas que estaban cerca de mí: Una española que me había pedido el favor de guardarle el puesto, mientras iba al baño y una chica bogotana que tenía audífonos y estaba conectada al celular. Ninguna “me paró bolas”. Sentí que me hacían falta mis amigos, sé que se hubieran emocionado conmigo, que habríamos planeado la jaula para Leila… pero no me importó. Decidí ir a saludar a una de mis periodistas favoritas, la vida me presentaba una oportunidad de oro; pero no podía perder el puesto para ingresar al evento, así que, sin pensarlo mucho, dejé mi bolso con todas mis pertenencias en el suelo, haciendo espacio, como si yo estuviera allí. Hoy era todo o nada y le aposté al todo. Me fui a probar suerte y carisma colombiano.
Leila estaba rodeada de seis personas. Hablaba con ese acento bonito y raro para nosotros que a veces, por reír un rato, tratamos de imitar pero que siempre nos sale mal. Decía que claro, que estaba allí para firmar libros. El trío de muchachas de unos veintidós años, sonreían y les brillaban los ojos. Nos sonreímos. Yo necesitaba un cómplice que me tomara la foto y además, acababa de caer en la cuenta de que no había llevado uno de los libros que tenía en casa, sino que además, al no pasar por la carpa de las librerías, no había comprado el que quería, entonces inspeccioné rápidamente si había un puesto de libros de la escritora, había una mesa como con revistas, lo supe por el tamaño, de todos modos corrí hacia allá, eché una bendición con mis ojos a mi bolso tirado en el piso. El muchacho que atendía, me dijo que eran ejemplares de la Revista Gaceta del Ministerio de Culturas, que eran gratis.
─¿Puedo llevar varias? Vine con mis estudiantes.
─No. Solo una y además yo mismo las entrego.
─Bueno… quiero dos. ¿No se puede? (((Yo soy así)))
─No. No se puede. ¿Selva o ciudad?
─Selva. La gente de la ciudad es muy extraña.
Le lancé una mirada de Oye, tú si que eres bien malo. Entendió la pulla. Me sonrió, era apuesto, pero yo no tenía tiempo para romances de 30 segundos. Tengo que ir por mi foto con Leila Guerriero que aparte de ser una tesa, es sencilla y generosa, me repetía en mi cabeza. A veces, las y los escritores, no son tan cercanos o amables o dulces.
El hombre se despidió, no sé si me despedí, pero llevaba la selva en mis manos en forma de revista. Llegué a donde Leila que seguía con las mismas seis personas. La gente no se atrevió a acercarse o no la descubrieron. Pa’ mí, mejor, me dije en mi cabeza, y para ella, porque de pronto mucha intensidad, no es buena. Suficiente con estos hinchas, pensé. Leila con sus gafas oscuras y su pelo crespo, posaba para las fotos. ¿Quién sabe qué estaría pensando? No me importa, yo también quiero mi foto. Aproveché y miré de lejos si estaba mi bolso, pero había mucha gente caminando y no podía ver… juuummm dije, berracos estudiantes… se perdieron la foto, al que madruga, Dios le ayuda. ¡Ojalá no se lleven mi bolso! No creo, imposible…
─Leila, ¿me regalas una foto por favor?
─Por supuesto, dijo y me sonrío.
Me sentí feliz. La señora contigua, dijo que ella la tomaba.
─¿Esa es la camiseta de la selección? Dijo Leila.
─Sí, hoy ganamos porque la final es con Argentina.
─¡Así sea! Dijo ella.
─Gracias por tu trabajo. Te leo hace muchos años. ¡¡¡Gracias, gracias, gracias!!!
─¡Gracias a vos que viniste!
Salí corriendo por mi bolso… lo recuperé feliz. Subí la foto a mi estado. Entré, no me pude acostar en las sillas como me lo pidió Alejandra por chat, pero guardé cuatro sillas para mi gente. Sólo llegó Aleja que con su preciosa silueta de 1.75, cabello largo, acento venezolano, le hice señas, creo que grité su nombre y ella corrió como si estuviera en la cancha y se metió por entre el reducido espacio para sentarse a mi lado. Nos odiaron por largos quince segundos. A los dos minutos, llegó Leonardo, alias Leito el loco, se sentó dos filas atrás. Cedí uno de los puestos a una chica que le coqueteaba a un extranjero con mi complicidad. ¡Todos estábamos felices!
Sabrina Duque, periodista, cronista y traductora con su precioso acento ecuatoriano, abrió el evento. Leila empezó a compartir y entre todo, todito lo que dijo que fue muy interesante, me quedé con esta revelación: Debemos siempre, resguardar la memoria. Ser cuidadosos con los recuerdos, estar atentos de no deformarlos… tanto.
Tal vez por esa frase contundente, es que decidí escribir en caliente, con la mente fresca y el corazón lleno. Así como horas después, jugó mi selección y nos permitió cantar y gritar cinco veces: ¡¡¡Goooooool!!!
Marcador
Gané por partida triple ese día: Leila, mis amigos y mi selección recuperando su brillo. Espero que la final del 14 de julio, cumpleaños de mi madre (estrella de buena suerte en mi vida), nos dé la victoria.
Si gana Colombia, estaremos muy muy felices, nos lo merecemos. Nos tocaron rivales muy fuertes, pero si gana Argentina, también seré feliz. Éste por sobre todos los países, me gusta mucho. Allá hay una parte de mi corazón y en el actual momento histórico, Argentina también necesita brillar.
07 de julio de 2024, Chía, Cundinamarca.
Un mes y medio después…
Argentina ganó, no me disgustó, pero jugamos mejor nosotros. Ya recordarán los memes de aquellos días. Hace frío y es domingo y estoy sentada recordando todo lo vivido por esos días. No sé dónde estará Leila, pero la he leído desde ese entonces y sigo agradecida por su existencia, por la sinceridad con la que escribe y por la motivación (aunque ella no sabe) que me dio para volver a escribir crónica. Tú que me lees, ¿crees que esto es una crónica? Yo misma tengo dudas, pero gracias por estar aquí, aunque yo no lo sepa.
25 de agosto de 2024, Chía, Cundinamarca.