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La lagartija

“Cuando mi voz calle con la muerte,

mi corazón te seguirá hablando”

Rabindranath Tagore

El vecino se llamaba Pascual. Llegó con una lagartija muerta y unas frunas. Tenía los dedos llenos de mugre y los ojos grandes y oscuros. Liliana y yo nos miramos como entre sorprendidas y felices. A Liliana no le gustaba ver animales muertos, le dio rabia, se tapó los ojos. Yo me acerqué y observé a la lagartija, era verde como todas, fea y larga. No sentí compasión, de pronto si hubiera sido un conejito.

    

Liliana se destapó los ojos y miró. Regañó al vecino y dijo que enterráramos al animal. Pascual aceptó y yo dije que tocaba cavar, como si fuéramos a enterrar un tesoro.

     ―Podríamos ir al río ―dijo Pascual.

 

Mi hermana sonrió, parece que eso la calmó, le gustó pensar que seríamos buenos enterrando la lagartija.

    

    ―Yo no la llevo. Me da cosa ―les dije mientras caminaba adelante de ellos.

    

El río ya no era como antes… Estaba más sucio y seco, y los pastizales estaban quemados. Había basura y olía mal. Nos pusimos tristes por el paisaje árido y de pronto Pascual dijo: “--¡Les voy a echar la lagartija!” --Gritamos como locas y salimos a correr como perseguidas por un fantasma; corríamos y gritábamos. Pascual se reía y no corría tan rápido porque nos alcanzaba y se acababa el juego. Ahogadas y despeinadas, paramos. Estábamos en otra parte, un lugar más lejano a donde casi nadie iba. Tomamos aire profundamente y nos sentamos en el pasto. Pascual miraba alrededor.

   

    ―¿Dónde la enterramos? ―preguntó. 

   ―¿Por qué la mataste? ―le preguntó. A Liliana se le asomó el rencor otra vez.

   ―¡Yo no la maté! Se estaba muriendo cuando la encontré ―respondió Pascual con voz seria.

   ―¡La dejaste morir! ¡Eres una porquería! ―le gritó Liliana y se puso de pie.

 ―¡Claro que no! Yo la quería salvar…pero no tenía aire y… se murió. Ambos  miraron la lagartija tendida en el piso.

   

El sol nos daba en la cara. Se me ocurrió que nos metiéramos al río. Ya habíamos hecho las tareas y nuestra madre estaba en los cultivos. Lili hizo el almuerzo temprano, pero no queríamos ir a comer, preferíamos jugar y Pascual era el nuevo, venía del otro pueblo. Ya no tenía papá, como que se lo habían matado.

 

Caminamos despacio buscando un lugar para la difunta lagartija. A mí me daba igual enterrar o no al animal. Nos alejamos del río.

    

   ―¡Aquí! ―señaló Pascual.

 

Abrimos un hueco a seis manos.

 

   ―Más hondo, más hondo ―ordenaba Liliana, desesperada.

 

La metimos en el fondo. Entonces si me dio pesar, pero hice como si nada. Recordé a mi abuela, cuando se murió porque le dijeron que a mi tío lo habían encontrado ahorcado en el otro pueblo. Recordé a mi tío y la nariz me empezó a picar para llorar.

 

  ―¡Entierren esa maldita lagartija, ya! Estoy cansada y además quiero jugar. Después el sol se va y ya no tiene gracia meternos al río ―les dije empujando la tierra al hueco con los pies.  

   

Me miraron asustados pero ninguno dijo algo.  Pronto estuvo tapado el hueco y nos fuimos al río. Nos quitamos las camisetas casi al mismo tiempo, nos reímos cuando nos vimos el pecho al aire. A Liliana le dio pena. Pascual trataba de no mirarla. Lili era morenita como mi mamá, en cambio yo era blanquita como mi papá. Pascual era morenito como Lili, de pronto más y era alto, más alto que las dos.

 

Nos sumergimos. El agua nos acarició, nos sentimos libres y empezamos a jugar, a echarnos agua a puñados. Bastó con hacerle un gesto a Liliana para hacerle entender que nos uniéramos en contra de Pascual. Así lo hicimos, lo atacamos con toda el agua que nuestras manos pequeñas podían agarrar. De pronto escuchamos tres disparos. Ni nos miramos. Salimos rápido del río, buscamos las camisetas. Pascual nos cogió de la mano y corrimos los tres. Llegamos a un tronco,  tal vez fue un árbol muy grande. Nadie entierra los árboles cuando se mueren. El espanto nos palpitaba en el pecho.

   ―¿Quiénes son? ―preguntó Liliana con la voz temblorosa.

   

   ―Seguro son ellos ―susurró Pascual

 

   ―Son los matones de los otros pueblos, los que mataron a mi tío. ―dije y una voz chillona se me esparció por la garganta.

  ―¿Habrán matado a alguien? ―preguntó Liliana recogiendo las rodillas para abrazarse.  

    

   ―Sí. ―respondió Pascual.   

 

Nos quedamos callados,  harto rato. Se nos secó la ropa sobre la piel. Pascual dibujó en la tierra. Liliana le dibujó alrededor de sus figuras.  Yo pensaba en el posible muerto. Me lo imaginaba como a mi tío: con los ojos abiertos. Otra vez me picó la nariz.

 

   ―¡Esos matones son unos hijueputas! ―grité de repente.

 

Liliana le susurró algo a Pascual. Él se puso de pie, me abrazó y me dijo en el oído: “No llore. Cuando yo sea grande los voy a matar a todos.  No quedará ninguno vivo. Por mi papá y su tío. Se lo juro”.

 

Lo abracé más fuerte. La idea de la venganza me gustó.

 

   ―¡Juguemos otro rato! ―propuso Pascual.

 

   ―Tengo miedo y me quiero ir ―respondió Liliana.

 

   ―¡Ayyyy Liliana…otra vez! Yo me voy a quedar con Pascual…no me quiero ir a la casa.

   

   ―¡Que mi mamá nos va a regañar! 

 

   ―¡Qué me importa! ¡De malas! Además mi mamá llega por la noche.

 

   ―¡Yo me voy! ―dijo y se alejó.

 

Pascual y yo nos miramos.

 

    ―¿Qué hacemos? ―me preguntó.

   

   ―Ah, esa Liliana, siempre es así. Siempre sale con esas…Toca llamarla, si no se va sola.

  

    ―¡Liliana! ¡Liliana! ―gritamos.

  

Liliana se dio vuelta, nos miró y otra vez cogió camino acelerando el paso.  Corrimos y la alcanzamos. Estaba furiosa, no nos hablaba. Al fin le habló a Pascual porque le regaló una flor.  Jugamos un rato en un árbol trepándonos como micos. Pascual trataba de no mirarnos los calzones. Ambas teníamos falda. Yo una blanca y ella una rosada con flores. Cuando estuvimos en la copa del árbol, pudimos ver qué tan grande era la vereda y tratamos de adivinar dónde quedaban las casas. Pascual nos contó historias, y yo para no quedarme atrás me inventé algunas. Liliana se reía mucho, sabía que eran puras mentiras.

  

Estábamos poniéndole cuidado a Pascual, cuando escuchamos otros dos disparos. Nos bajamos del árbol y nos escondimos detrás. Liliana iba a llorar. Pascual le tapó la boca con la mano y la abrazó. Yo me agaché hasta que me arrodillé y me asomé. Eran cuatro hombres, miraban para los lados, no hablaban, solo se miraban. Liliana respiraba fuerte, le apreté con fuerza una pierna porque nos podían encontrar y matar. Entendió. Nos quedamos quietos mientras sus pasos se acercaban. Pascual los observó con odio igual que yo, en cambio Lili lo hizo con miedo. Pasaron de largo. Respiramos. Nos quedamos ahí como unos cinco minutos. A lo lejos se veían sus cuerpos, cada vez más pequeños, avanzando hacia las montañas.

   

Otra vez caminamos en silencio. Yo le quería preguntar a Pascual por su papá, pero me dio miedo su reacción. Si a mí me mataran a mi papá, no quisiera que me preguntaran por eso, así como no me gusta que me pregunten por mi tío. Liliana se fue abrazada con Pascual. Miramos el cielo despejado. Pensé en mi tío y en los cuatro hombres... A mí me gustaba Pascual y a Liliana también. Como yo me había dado cuenta, decidí que era mejor dejárselo a ella. Yo no quería casarme ni tener hijos. Yo lo que quería era buscar a los matones de mi tío y quemarlos. En cambio Liliana era dulce, era como mi mamá, quería tener hijos y ganado, ¡ah! y una casa grande, eso decía.

   

Pascual sacó las frunas, estaban mojadas. Él se comió una y a nosotras nos dio de a dos. Se me pegaron a los dientes, con la lengua las saqué, eran de limón. Ya era tarde y seguramente nos iban a regañar, aceleramos el paso.

   

Cuando llegamos a la casa, la mamá de Pascual estaba afuera, se veía rara. Era una mirada que yo había visto antes. Se vino caminando hacia nosotros, y regañó a Pascual desde lejos, no se entendía bien lo que decía. Pascual soltó la mano de Liliana. Todos nos separamos como si no fuéramos tan amigos.

  

   ―¡Pascual! Vaya se baña y se pone el traje negro.

   

Los tres nos miramos rápidamente. Pascual se alejó lentamente con su madre. Otra vez recordé el entierro de la lagartija, estaría debajo de la tierra, para siempre. Me dieron ganas de llorar pero apreté los ojos.

   

Nos quedamos afuera con Liliana haciéndonos las trenzas para que no nos regañaran.  Salió mi mamá, con el rostro hinchado y pálido.

   

   ―¿Dónde estaban?

   

Nos quedamos mudas del susto.

    ― ¡Alístense! Mataron a su papá en el río.

Abril, 2011.

Cuento finalista I Premio Nacional de Cuento La Cueva 2011

Publicado en "El Magazín" de El Espectador, 2014.

Ilustración: Enrique Lara Robayo.

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