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ES POR LA SANGRE

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La mayor parte de los sentimientos son tradiciones.

Napoleón

 

Cuando era adolescente un amigo escritor mucho mayor que yo, me dijo que la mentira era la base de la literatura. En ese momento no pude aceptar del todo su teoría porque sabía cuánto daño hacía el engaño; sin embargo, esa frase resonó en mi cabeza durante largo tiempo hasta que la olvidé. Luego, después de muchos años y de comprobar que la teoría de mi amigo era real hasta cierto punto, eso sí sin dejar de lado la parte poética de la escritura, me encontré con la novela: “Y por favor, miénteme” del escritor Fernando Araújo. Cuando leí el título no sólo me transporté a mi adolescencia y a aquella escena en un andén de mi pueblo, sino que pensé: ¿Habrá gente que necesita que le mientan? ¿Hasta qué punto el ser humano está tan corrompido? Y empecé la lectura de una historia que se desarrollaba muchos años atrás cuando ni siquiera yo había nacido y en un lugar a donde sólo he ido una vez por cuestiones de trabajo: la costa colombiana.

 

Empecé la lectura el mismo día que conseguí el libro. “El costeñol” avivaba mi motivación al tiempo que me divertía con las jotas y la falta de la ese, subrayando la oralidad. Abandoné la obra por más de tres veces consecutivas por cuestiones académicas, pero siempre estaba con el deseo vivo de volver y saber qué había pasado con esos dos primos que estaban enamorados y cuyas familias eran tan adineradas y poderosas que sobornaron las elecciones presidenciales de 1904. Mientras que la pareja de primos a través de tiernos encuentros hablaban de los relatos románticos y gallardos de sus familias que eran la misma.

 

Regresé por fin a la novela: se trataba de una familia rica que obtenía lo que quería por cualquier medio (como ahora), que participaba en decisiones políticas que por supuesto les favorecían a unos pocos empresarios (como ahora), que emprendían nuevos proyectos que representaban mucho dinero para sus dueños basados en la necesidad de los pobres (como ahora) y que viajaban a realizar alianzas estratégicas para beneficiar a otras familias extranjeras con las mismas ambiciones que ellos (como ahora)… Lo que me salvaba de esa realidad tan colombiana y cotidiana era el tono poético del autor, el juego de diálogos dentro de la misma narración y dos personajes: Dionisio, un joven que se presentó como un pobre muchacho que había perdido a su madre y que regresaba de Massachusetts a Colombia para asistir a su funeral, y, Emelina, una mujer que decía tener poderes de brujería y estaba a disposición de lo que Dionisio quisiera, todo lo que él quisiera y ella deseaba…

 

Avancé en mi lectura gracias al magistral juego del autor con los tiempos verbales, que iba al pasado desenterrando muertos y deudas, luego desentrañaba conversaciones de doble filo, para regresar al presente atando cabos y comprendiendo las venganzas, los saldos a favor de los líderes de los partidos políticos. Entre una cosa y la otra, fui testigo del amor de Helena y Dionisio, de las cartas, secretos, malas jugadas y traiciones que construían la historia, hasta que Dionisio, ese muchacho huérfano de madre, se muestra tal cual es, un corrupto de miedo, un caprichoso en potencia, un Vila. Empecé entonces a dirigir mi atención a la humanidad de los personajes y a las frases reveladoras.

 “Es por la sangre”, dijo Carlos Vila Daníes en los primeros capítulos, y sí, es por la sangre que necesitaba hacer los negocios para que su familia tuviera gran calidad de vida. Por la sangre era que la dignidad y el honor debían ser protegidos, por la sangre que el dinero y el poder tenían que ser de la familia, sin importar la vida de los otros, el hambre de los otros, la tristeza de los otros, porque por su sangre serían capaces de hacer lo que fuera, hasta matarse entre ellos mismos.

 

La sangre de la mentira y del amor, la sangre de los sueños y las derrotas, la sangre de la muerte y de infancia, la sangre del 8 de diciembre y la sangre de todos los días, pero también la sangre de la ternura y la alegría, la sangre de la victoria y de la razón, la sangre de la ilusión por una mentira, la del amor. La mentira que redime, que perdona, que permite vivir con esperanza. Esa mentira por la que rogaba Dionisio Vila, una mentira que lo liberara y lo motivara, que lo hiciera levantarse cada mañana y no esa verdad que apuñaba, esa verdad castigadora, esa verdad que pudre, que domina y que promueve otras batallas consigo mismo y otras batallas destruyendo a los que se opongan, a los que repliquen, a los que digan que no, como Severo que criticó la corrupción de los Vila y terminó silenciado y nadando en su propia sangre.

 

La mentira, esa serie de palabras disfrazadas que nos lleva a otros estados, mentiras que algunas veces se convierten en libros, algunos buenos libros. ¿Cuántas mentiras contiene este libro? Porque las verdades políticas y empresariales saltan a la vista y menos mal, nos ayuda a abrir los ojos más, aún más. Tantas preguntas me quedan sobre esta obra que habrá que entrevistar al autor para saber si conoció una Emelina de verdad o es puro embuste.

 

“Y por favor miénteme”, una novela que hay que leer para profundizar en la naturaleza humana, en la corrupción de los poderosos, en el malévolo legado de las grandes empresas, en los misterios de las familias, en las brujerías que confunden y atemorizan. Una novela que deslinda los terrenos de la mentira de la verdad para situarnos en una realidad tan cercana que hasta podemos gritar los nombres y apellidos de otras familias muy parecidas a los Vila.

Publicado en la página de Facebook de la novela en junio de 2017

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